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CAPITULO VII “De imposible título”

El joven se encontraba pensando en la fatídica conversación que mantuvo con la dependienta de la tienda de "muertes a elección" que, bajo el lema: "Usted elige, nosotros lo realizamos", creían ser más eficaces. Este se quedaba dormido a ratos pensando sin pensar demasiado en los acontecimientos sucedidos anteriormente cuando, sonó el teléfono. Sonaba insistentemente desde el otro lado de la habitación el amenazante sonido de la tecnología actual. No paraba de sonar y el joven deseó con todas sus fuerzas que alguien estuviera allí para descolgarlo y averiguar que era lo que estaba pasando, ya que veía el aparato a cientos de kilómetros de distancia. La habitación se tomó de un intenso color rojo mientras se alargaba el habitáculo hasta el infinito, cada vez veía el teléfono más lejos, hasta que por fin lo perdió de vista. Los objetos de la habitación se iban desfigurando a medida que el joven daba un paso hacia delante, la vista se le nublaba y el corazón le palpitaba demasiado deprisa como para contar los pulsos de la excitación, observaba la lámpara que colgaba, dada la vuelta, del techo, con las bombillas rozándolo y los cables hacia abajo, amenazantes cables que intentaban coger del cuello al incauto joven que no se movía de su sitio.
          El joven se levantó precipitadamente de la cama al oír el teléfono, echó una mirada rápida a su habitación para asegurarse de que todo había sido un sueño y se adelantó para contestar. No tuvo el tiempo suficiente ya que unos ojos le observaban desde debajo del escritorio. Se percató enseguida de lo que era ya que unas lentes brillaban próximas a su mirada furtiva.
   - Estos (-----) electrolitos... ¿no puedo llevar una vida normal como todo el mundo? A mi nadie me ha dicho nunca: " oye, tengo un e1ectrolito en la cocina y no hay quien se libre de él" Esto es para verlo, en mi propia casa...
      Descolgó el teléfono y escucho la voz que le apremiaba seguridad de poder hablar con alguien que pudiera establecer una conversación normal:
  - ¿Eres tú?
- Sí, claro, ¿conoces a alguien que no sea él?
- Pues claro que sí, tú por ejemplo
- Déjate de cachondeo que bastante tengo que soportar con ser un maldito personajillo de un libro pésimo.
- Scshhhhh, calla, a ver si te va a oír
- ¡¡Pero si ya me está oyendo!!
- Vale, vale, dejemos el tema, te llamo porque necesito hablar contigo, ¿puedes quedar conmigo a las cinco de la tarde?
- ¡No!, ¡Por dios!, A las cinco de la tarde es muy mala hora, mucha gente ha muerto a esa hora... Yo a las cinco nunca he salido a la calle. Si quieres a las cinco y cinco...
- Vale, si me da lo mismo. ¿Dónde?
- Abajo
- Pues hasta luego
- Adiós 
     

 El joven dejó descolgado el teléfono y el electrolito se abalanzó sobre él a la velocidad de la luz; debido a este último incidente, la sábana de la cama comenzó a arder:
  - ¡Mierda!, ¡Os he dicho que no os mováis tan rápido, que producís un rozamiento desmesurado y quemáis todo! Oye, oye, un momento; ¿cómo está mejor dicho "afuera" o "fuera"?
- Lo siento mucho, yo no puedo responderte porque no sé tu lengua y...
- Entonces, ¿Cómo la está hablando?
- Porque el que está escribiendo esto se ha confundido y me está haciendo decir palabras que desconozco.
- ¿¡Tú también!?, me voy, no aguanto más 
     

La cama seguía ardiendo y con ella casi toda la habitación mientras los dos seres discutían sobre el uso correcto de la lengua. El joven encaminó sus pasos hacia la puerta de salida, y en ocasiones también de entrada, para despejarse pero sintió algo desconocido y por instinto miró el reloj. Eran las cuatro y media así que tendría que soportar ante las amenazantes llamas por lo menos treinta y un minutos. Resignado, con toda tranquilidad se dirigió a la cocina y apartó un trozo de algo que ardía en el suelo para poder abrir la puerta del frigorífico con facilidad, sacó una cerveza sin gas y volvió a la puerta de salida y de entrada. Durante aquel rato se acordó de muchas cosas, más que recuerdos era la vida pasando ante sus ojos en sus últimos minutos de vida, pero él creía que aquella tarde estaba lúcido y se acordaba de todo. Se acordó de las niñas que se sentaban las primeras en su clase y de aquella vez que una le levantaba la pierna a la otra mientras esta le pasaba la cabeza por debajo de su órgano sexual, pero no sólo eso, sino que la primera pasaba un brazo por el cuello de la segunda y esta, a su vez, pasaba los dos por la cintura de la otra. Las dos sudaban de realizar tan insufrible esfuerzo, como si de hacer eso dependiera su vida. El joven se acercó con mesura y les preguntó que por qué hacían tal cosa y estas respondieron que tenían que hacerlo porque no estaban seguras del uso correcto de los adverbios "fuera" y "afuera", a lo que este se retiró sin cuestionar más aquella lógica contestación. También recordó a ese extraño personaje marginal llamado Perogrullo, al cual nunca le supieron reconocer sus méritos en las ciencias, y que además ridiculizaban empleando su nombre de manera vulgar e infame. Y, por supuesto tampoco olvidaba al curioso inspector que una mañana entró en su clase de C.T.M. con una corbata fabricada con las bragas de leopardo de una puta africana reclamando su encuesta absurda. Recordó a un profesor suyo que decía que los semejantes disuelven a los semejantes y la confusión que aquella frase había creado entre las gentes del lugar. Aquel profesor podía ser tan obsoleto que llegó a decir que si tiramos un libro ardiendo por la ventana, este subiría a fuerza de la combustión por la ley de las proporciones múltiples. En fin, dejó de pensar cuando vio millones de electrolitos ardiendo y corriendo por el pasillo, saliendo a chorros por los dos únicos enchufes de la cocina. Miró el reloj y eran las cinco menos cuarto, Todavía quedaban dieciséis minutos para poder escapar de ese tormento o si no moriría como tantos otros a las cinco de la tarde, cuando de repente pensó que podía salir ya pues cuando no podía era a las cinco en punto pero sí antes y por supuesto después; "joder", se dijo a sí mismo y abrió la puerta rápidamente antes de que el fuego le alcanzase. 


  - Hola, Bianchón ¿Qué tal?, ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué arde tu edificio?
- Pues no lo sé, creo que ha sido por culpa del rozamiento...
- ¡Ah! Bien, entonces el seguro te lo pagará sin problemas.
- Esperemos... ¿y qué era lo que querías?
- Bueno, yo es que tengo un serio dilema y no me atrevo a aconsejar a quien me ha pedido consejo sin antes hablar contigo, ya que tú eres experto y licenciado, aunque no te guste decirlo, en ese tema. Mira; una pulga amiga mía me ha preguntado si podría irse a pegar un salto en la cuarta parte del radio de la Luna y yo no le he sabido decir con precisión nada en concreto. Tú eres licenciado en pulguicología y supongo que en alguna asignatura de la carrera estudiarías un caso semejante.
- Pues creo que sí, pero la pulga que yo estudié no saltaba en el cuarto del radio, sino en la séptima parte del diámetro, lo cual implica un importante error en este caso si lo tomásemos como semejante - - No mucho ¿no?
- Sí, bastante, porque si no nos andamos con cuidado tu amiga podría morir a causa del tiempo transcurrido. Ya le pasó a unos gemelos de los cuales uno tenía doscientos años y el otro cuarenta. Un caso verdaderamente preocupante ya que la ley de la relatividad no respeta a nada ni a nadie Curioso caso el de los gemelos esos... ¿crees que a mi compañera sentimental le podría ocurrir algo parecido?
- Casi seguro que sí si no estudiamos con precisión ese salto.


      Los dos amigos hablaron durante largo rato sobre el asunto a tratar y decidieron, después de no llegar a ninguna conclusión convincente, que lo mejor sería ir a una librería a buscar información sobre el tema, y así lo hicieron. Entraron en la librería y buscaron por todas las estanterías algo relacionado con saltos de pulgas sobre la superficie lunar:
  - ¡Coño!, ¡No puede ser tan complicado, no buscamos nada del otro mundo!, supongo que hasta en los colegios de analfabestias mandarán para leer libros sobre ese tema, ¡digo yo! 


     No había terminado de decir la frase cuando un hombrecillo en calzoncillos y con una capa roja de menos de un metro se le acercó por la espalda y les dijo que si podía ayudarles en algo. Los dos se quedaron admirando el talante del personaje y el joven Bianchón le contestó que sí y le comentó el tema de la pulga y la importancia que le correspondía. Pero el hombrecillo no parecía escuchar y cuando se hubo hartado de la contestación del joven le interrumpió, ofreciéndoles a ambos, dos calzoncillos con una fantástica estampación suya:
  - ¿Qué?, Creo no me está entendiendo, nosotros venimos a...
- Calle, calle. Es usted el que no me está entendiendo a mí. Les estoy ofreciendo dos calzoncillos exclusivos. ¡El mismísimo capitán Calzoncillo les está ofreciendo su prenda del poder y me la están rechazando como si un mendigo les ofreciera limpiar su parabrisas! ¡Increíble! ¡Ya no hay respeto por nadie ni por nada!. ¿Ustedes creen que es fácil ser capitán Calzoncillo en los tiempos que corren? ¡Pues claro que no!, parece que no se dan cuenta de nada...
- Mire, lo siento, de verdad que lo siento, nosotros no queríamos faltarle, permítanos aceptar esos calzoncillos, será un honor para nosotros poder plasmar nuestros palominos en sus calzoncillos del poder, de verdad que lo sentimos.
     El hombrecillo se quedó bastante satisfecho y les dejó marchar en paz. Los dos salieron de la librería sin su objetivo principal y bastante preocupados ya que sabían que aquella tozuda pulga saltaría con o sin los datos suficientes para el problema. No habían terminado de hablar cuando unas niñas de unos ocho años les asaltaron preguntándoles la hora:
  - ¿Tenéis hora?
- Sí, un momento... son las seis y media
     La niña se sintió atraída por el reloj de bolsillo del joven y se abalanzó sobre él (sobre el reloj)
  - ¡¡Mira Carmen, mira el reloj!! 


   A los pocos segundos toda la gente que deambulaba por la plaza y sus proximidades se atropellaron por ir a ver el mencionado reloj que tanto revuelo había organizado. Pasado un rato la gente no paraba de ir, ya ni sabían que es lo que les llamaba la atención, pero ellos seguían acudiendo como los que van a las rebajas sin saber qué comprar. Escaparon de allí como pudieron pero varios centenares de gente murieron por las avalanchas humanas. La gente saltaba desde los edificios, enormes barricadas eran construidas con los cuerpos que yacían desperdigados por el suelo y ambos bandos (sin motivos para hacerse bando, como en la guerra civil) peleaban sin control ni mando mientras millones de pulgas saltaban alrededor preparándose para el casting de la pulga que sería elegida para saltar en la cuarta parte del radio de la Luna. Todo un acontecimiento. Los dos jóvenes corrían hacia la casa de una de las dos muchachas contorsionistas antes mencionadas entre el tumulto de personas cuando, el capitán Calzoncillo les honró con su inesperada e indeseada presencia de nuevo. Les preguntó si se habían puesto ya sus respectivos calzoncillos y estos le tuvieron que decir que no habían podido a causa de una guerra que les había importunado bastante en su complicado trayecto. Este, eufórico les pregunto que donde estaba la guerra, que tenía que ir a salvar a toda esa gente, era su deber, "¡no soy capitán Calzoncillo por mi cara bonita!", repetía fuera de sí. El joven le indicó con el dedo la dirección que debía tomar para conseguir su cometido y este muy agradecido les dio otros dos calzoncillos (esta vez con su figura bordada) asegurándoles que estos eran de mayor rango y por lo tanto de mayor poder. Los dos jóvenes siguieron su camino después de despedirse muy formalmente del capitán Calzoncillo y deshaciéndose en reverencias por sus maravillosos presentes. Ambos se sentaron en el portal más fresco que encontraron (casualmente el de una de las niñas contorsionistas):
- Una tarde entretenida ¿verdad?- dijo Bianchón
- Cierto, ¿dónde vas a vivir ahora?
- Quizá me vaya con tu compañera sentimental a dar el famoso salto allí arriba.
- Espero que no sea así... me voy a estudiar ácidos bases, que el examen es pasado mañana, hasta luego Venga, que te vaya bien.
  No había dado ni tan siquiera un paso cuando se dio la vuelta y dijo:
  - No sé por qué pero tengo la impresión de que se le va a olvidar poner datos en los problemas del examen; la densidad o alguna cosa de esas, seguro...

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