CAPITULO VIII Candirillion
He aquí, en la siguiente narración, algunos de los incontestables "por qués" del libro imposible del cual forma parte este capítulo. He aquí el origen de todo lo sucedido, principalmente del mítico profesor que se dedicaba a cambiar viejos de color. Aquí se encontraran las respuestas a algunas preguntas como; ¿por qué se dedicaba a cambiar de color a los viejos?, ¿Por qué conocía tan bien a los electrolitos?, ¿Por qué ponía esas extrañas posturas con el dedo meñique al escribir en la pizarra? O ¿por qué tenía que pararse a cada instante que decía alguna frase? Etc., etc.
Este, aparentemente, ser humano nació una nochevieja que cayó en martes y trece (según cuentan fue por culpa de una nueva ley orgánica de las muchas que presentaba el P.P. por aquel entonces) en una pequeña aldea en las proximidades de Canoa, una población de unos -34000 habitantes que dejó de ser habitada en cuanto el número de ciudadanos fue negativo. Su madre se llamaba Avemaría Quétienesahí y era una de las personas responsables de que el número de ciudadanos canoanenses fuera negativo. Esta había hecho un módulo de pellizcadora de cristales en la empaquetadora de estiércol de Canoa y aunque se le daba bastante bien, sus artes en otras ciencias menos científicas las demostró de antemano. Se dedicaba a sujetar los cables de alta tensión mientras los electricistas arreglaban el tendido eléctrico; así fue como conoció al padre de la futura criatura. El padre era un simple electrolito, sin título alguno, que ese día viajaba por la red eléctrica por problemas con los compañeros de enchufe. Avemaría recibió una descarga de 5000 culombio-amperios/Newton por unidad de carga, justo en el momento en que Nosirvoparanada Soypadredecándido (así se llamaba el electrolito que hasta el mismo desconocía el origen de su apellido, debido a que no tendría origen hasta algún tiempo después) cruzaba por el cable que ella sostenía e, instantáneamente surgió algo parecido al amor entre ellos (en realidad fue la borrachera de Nosirvoparanada y una bajada de tensión de Avemaría lo que produjo el tremendísimo error de crear ese torpísimo ser que algunos llamaron Cándido a falta de ser bautizado correctamente, ya que a los padres se les olvidó llevarlo al bautizo y llegaron tres horas tarde, cuando el párroco de Canoa, llamado Teodoro, y unos cuantos familiares ya se habían cogido una buena borrachera bebiéndose toda la pila de agua bendita... ¿Cómo?, ni ellos lo saben). A los tres años, a Cándido ya le habían crecido las dos manos, un pie y parte del otro, el pelo no le creció hasta bien entrados sus cuarenta años y lo perdió dos semanas después cuando, por falta de datos, no pudo solucionar un problema que él mismo había dictado a unos alumnos, pero esto es adelantar acontecimientos... A sus ocho años recibió una carta en la que el profesor de la aldea comunicaba a sus padres que el niño no era apto para los estudios, ni siquiera para un único estudio y que estaría mucho mejor dando sombra al burro del pozo, ya que el muchacho estaba bien orondo. Así pasó sus próximos veinticinco años, se cuenta que se le oía hablar con aquel burro sobre bocadillos de mortadela y sobre problemas de ácidos base sin datos suficientes. Un día llegó a la aldea un inspector de sanidad y dijo al ver al muchacho al lado del burro viejo, que eso era antihigiénico, que no se podía tener a un burro ni a ninguna criatura de Dios al lado de semejante personaje sin previa autorización. Así pues, los ciudadanos del lugar se negaron en rotundo a dar la dicha autorización que decían necesitar:
-¡Pues tendré que llevarme al muchacho!- dijo el inspector
-Pues si no queda más remedio, lléveselo- dijo Nosirvoparanada llorando de alegría.
Y ese mismo día el alcalde hizo construir un tejadillo de paja para dar sombra al burro.
El inspector viajó con Cándido hasta que, sin llegar a su destino, lo tiró a una cuneta, harto de él en una ciudad española, justo al lado de un parque donde, debajo de un pino unos adolescentes tomaban patatas y coca-cola y dos se levantaban para ir a pedir fuego a dos niñas muy amables que por allí pululaban. Cándido divisó, aturdido por la caída, a unos viejos delante de un instituto que en su mente aparecían de diversos colores. Solo que no lo pudo pensar hasta diez minutos después, ya que había estado veinticinco años expuesto al sol y su mente se relentizaba por momentos, de ahí que a veces en su cerebro se encendiera un cartel en el que él podía leer "loading", y se tenía que quedar parado durante algunos minutos ya que si no lo hacía podía morir de exceso de archivos en su disco duro, un disco duro que relucía al sol gracias a la prominente calva que lucía. Fue entonces cuando, un señor bajito y con cara de bulldog le dijo que le parecía apto para dar clase. Él, por supuesto, ni lo pensó, no había tiempo y cuando se quiso dar cuenta, estaba delante de treinta y tres alumnos dando clase con una bata blanca. Como no se sabía comunicar con corrección utilizó en un principio su dedo meñique para comunicarse con las cinco de adelante, claro, que estas no entendían su curioso dialecto, si se le puede llamar así, y se pasaban la clase riéndose. Las clases eran un auténtico guirigay y continuamente se escuchaban las voces que decían:
"¡¡Mortadelo! !", A causa de las grandes gafas que había heredado de su padre el electrolito
Nosirvoparanada.
Una vez, cuentan los que allí estaban, se levantó de su silla y llorando como sólo lo había hecho cuando le condenaron a dar sombra al burro, abrió la puerta y dijo: "¡lo he dicho!" Y se marchó. Dicen que en su despacho se le oía decir: "no hay tiempo, no tenemos tiempo...". Un suceso inexplicable que pasará a la posteridad. Poco tiempo después, el inspector con corbata de bragas de puta africana se encargó de hacer unas preguntas y consiguió llevar al inspector que lo arrojó a la cuneta a juicio, no por el hecho de haberlo arrojado sino de haber traído semejante personaje a la civilización sin tomar las medidas oportunas. Cándido dio sus últimas clases* a finales de mayo, ya que se acercaba fin de curso; pero en cuanto finalizó dicho curso, fue llevado de vuelta a su aldea, donde se dedicó a dar sombra a dos burros (ya que había engordado mucho debido a la buena vida de profesor) en lugar de uno.
Fin (no del libro sino del capitulo)
Este, aparentemente, ser humano nació una nochevieja que cayó en martes y trece (según cuentan fue por culpa de una nueva ley orgánica de las muchas que presentaba el P.P. por aquel entonces) en una pequeña aldea en las proximidades de Canoa, una población de unos -34000 habitantes que dejó de ser habitada en cuanto el número de ciudadanos fue negativo. Su madre se llamaba Avemaría Quétienesahí y era una de las personas responsables de que el número de ciudadanos canoanenses fuera negativo. Esta había hecho un módulo de pellizcadora de cristales en la empaquetadora de estiércol de Canoa y aunque se le daba bastante bien, sus artes en otras ciencias menos científicas las demostró de antemano. Se dedicaba a sujetar los cables de alta tensión mientras los electricistas arreglaban el tendido eléctrico; así fue como conoció al padre de la futura criatura. El padre era un simple electrolito, sin título alguno, que ese día viajaba por la red eléctrica por problemas con los compañeros de enchufe. Avemaría recibió una descarga de 5000 culombio-amperios/Newton por unidad de carga, justo en el momento en que Nosirvoparanada Soypadredecándido (así se llamaba el electrolito que hasta el mismo desconocía el origen de su apellido, debido a que no tendría origen hasta algún tiempo después) cruzaba por el cable que ella sostenía e, instantáneamente surgió algo parecido al amor entre ellos (en realidad fue la borrachera de Nosirvoparanada y una bajada de tensión de Avemaría lo que produjo el tremendísimo error de crear ese torpísimo ser que algunos llamaron Cándido a falta de ser bautizado correctamente, ya que a los padres se les olvidó llevarlo al bautizo y llegaron tres horas tarde, cuando el párroco de Canoa, llamado Teodoro, y unos cuantos familiares ya se habían cogido una buena borrachera bebiéndose toda la pila de agua bendita... ¿Cómo?, ni ellos lo saben). A los tres años, a Cándido ya le habían crecido las dos manos, un pie y parte del otro, el pelo no le creció hasta bien entrados sus cuarenta años y lo perdió dos semanas después cuando, por falta de datos, no pudo solucionar un problema que él mismo había dictado a unos alumnos, pero esto es adelantar acontecimientos... A sus ocho años recibió una carta en la que el profesor de la aldea comunicaba a sus padres que el niño no era apto para los estudios, ni siquiera para un único estudio y que estaría mucho mejor dando sombra al burro del pozo, ya que el muchacho estaba bien orondo. Así pasó sus próximos veinticinco años, se cuenta que se le oía hablar con aquel burro sobre bocadillos de mortadela y sobre problemas de ácidos base sin datos suficientes. Un día llegó a la aldea un inspector de sanidad y dijo al ver al muchacho al lado del burro viejo, que eso era antihigiénico, que no se podía tener a un burro ni a ninguna criatura de Dios al lado de semejante personaje sin previa autorización. Así pues, los ciudadanos del lugar se negaron en rotundo a dar la dicha autorización que decían necesitar:
-¡Pues tendré que llevarme al muchacho!- dijo el inspector
-Pues si no queda más remedio, lléveselo- dijo Nosirvoparanada llorando de alegría.
Y ese mismo día el alcalde hizo construir un tejadillo de paja para dar sombra al burro.
El inspector viajó con Cándido hasta que, sin llegar a su destino, lo tiró a una cuneta, harto de él en una ciudad española, justo al lado de un parque donde, debajo de un pino unos adolescentes tomaban patatas y coca-cola y dos se levantaban para ir a pedir fuego a dos niñas muy amables que por allí pululaban. Cándido divisó, aturdido por la caída, a unos viejos delante de un instituto que en su mente aparecían de diversos colores. Solo que no lo pudo pensar hasta diez minutos después, ya que había estado veinticinco años expuesto al sol y su mente se relentizaba por momentos, de ahí que a veces en su cerebro se encendiera un cartel en el que él podía leer "loading", y se tenía que quedar parado durante algunos minutos ya que si no lo hacía podía morir de exceso de archivos en su disco duro, un disco duro que relucía al sol gracias a la prominente calva que lucía. Fue entonces cuando, un señor bajito y con cara de bulldog le dijo que le parecía apto para dar clase. Él, por supuesto, ni lo pensó, no había tiempo y cuando se quiso dar cuenta, estaba delante de treinta y tres alumnos dando clase con una bata blanca. Como no se sabía comunicar con corrección utilizó en un principio su dedo meñique para comunicarse con las cinco de adelante, claro, que estas no entendían su curioso dialecto, si se le puede llamar así, y se pasaban la clase riéndose. Las clases eran un auténtico guirigay y continuamente se escuchaban las voces que decían:
"¡¡Mortadelo! !", A causa de las grandes gafas que había heredado de su padre el electrolito
Nosirvoparanada.
Una vez, cuentan los que allí estaban, se levantó de su silla y llorando como sólo lo había hecho cuando le condenaron a dar sombra al burro, abrió la puerta y dijo: "¡lo he dicho!" Y se marchó. Dicen que en su despacho se le oía decir: "no hay tiempo, no tenemos tiempo...". Un suceso inexplicable que pasará a la posteridad. Poco tiempo después, el inspector con corbata de bragas de puta africana se encargó de hacer unas preguntas y consiguió llevar al inspector que lo arrojó a la cuneta a juicio, no por el hecho de haberlo arrojado sino de haber traído semejante personaje a la civilización sin tomar las medidas oportunas. Cándido dio sus últimas clases* a finales de mayo, ya que se acercaba fin de curso; pero en cuanto finalizó dicho curso, fue llevado de vuelta a su aldea, donde se dedicó a dar sombra a dos burros (ya que había engordado mucho debido a la buena vida de profesor) en lugar de uno.
Fin (no del libro sino del capitulo)
Esta historia está basada en hechos reales. Cándido no ha subido de nivel ni es más feliz en la escala social como hubiera ocurrido si esto fuese una película de serie B, sigue siendo contratado para dar sombra a ungulados de la más diversa índole y sigue sin poder resolver problemas relacionados con ácidos base.
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