CAPITULO X El resplandor
Bianchón se levantó rápidamente de la cama y observó como ardía el coche en la rotonda próxima a su portal y como el conductor de la motocicleta se retorcía envuelto en llamas por el suelo en lo que sería su último aliento de vida. Esa visión le hizo sentir una apatía tremenda y encaminó sus pasos hacia el armario. Cogió unos pantalones rotos y una camisa a cuadros roída por las cientos de polillas que organizaban excursiones a pensión completa al armario de Bianchón y salió de casa. No se había dado cuenta de la hora que era: "las seis de la mañana" - exclamó su mente adormecida aún, al ver el reloj detenidamente. Todavía le quedaban dos horas y media para entrar en el instituto y se planteo la razón que le había hecho bajar. No era el accidente lo que le impulsaba al movimiento sino, lo que estaba soñando cuando se produjo el accidente, solo que él estaba experimentando esa extraña sensación, que sentimos todos alguna vez, que se basa en no recordar los sueños pero, reteniéndolos en tu mente, sientes lo que sentirías cuando estuvieras en la situación soñada. No podía estarse quieto o su mente explotaría, tenía que ver cosas, llenar su cerebro de imágenes, retenerlas para no dejar que la sensación del sueño terminase con él. Todo se debía a que estaba soñando con ella cuando escuchó el estruendo del metal compaginar en una partitura de terror con las voces humanas que hacía a su vez de coro. Sin prestar la más mínima atención al accidente, salió por el portal mientras la gente corría hacia las llamas con mantas e inútiles regaderas. Se dirigía hacia el bar de la esquina para desayunar, de lo cual se arrepintió enseguida ya que a causa del inusual acontecimiento, tardaron más de lo normal en atenderle; pero una vez desayunado observaba el mundo con otra perspectiva, con un punto de vista como del que acaba de desayunar y se dirige al parque para descansar y tratar de olvidar o quizá, para pensar en soluciones posibles a su problema con la "ella" del capítulo V.
Monólogo interior 1: Ojalá me encontrase con mis amigos ahora, pero no creo que ni sepan que el mundo existe a estas horas. Qué solo está esto, los porretas no madrugan demasiado hoy en día. Incluso todo tiene unas tonalidades más sombrías y siniestras, una gama cromática de colores distinta a los sentimientos que normalmente se experimentan aquí. Sí, la felicidad está en un parque en donde los problemas no se atreven a entrar, pero ahora me estoy dando cuenta de que no es el parque lo que hace olvidar sino la gente que hay en él, y ahora...
Se levantó muy despacio, y sin prisa alguna puso un rumbo a sus pies. A los pocos minutos de empezar a caminar observó a un hombre que con una palanca agotaba todos sus esfuerzos en intentar abrir la reja metálica de un banco. Bianchón se quedó mirando desde lejos; entre sus ojos y la palanca corría la extraña bruma de esas horas pegada a la luminosidad creadora de las primeras horas de la mañana. "No lo conseguirá"- pensó. Y efectivamente la policía llegó a los pocos minutos y le dijo: "¡Alto!, Deje la palanca sobre la acera y ponga las manos en la espalda". A lo que el exfuturoladrón contesto: "Pero ¿está usted loco?, ¿Acaso no ve que estoy robando?, ¡Déjeme en paz!. Bianchón perdió el interés rápido por esa escena ya que los policías se abalanzaron sobre el portador de la palanca y lo redujeron fácilmente con un contundente "quitamanías" en la cabeza.
Monólogo interior 2: Voy a ir a por Paco, a ver qué se cuenta. Estará hecho polvo por lo de ayer con el capitán. El capitán Calzoncillo; ¿Qué habrá sido de él?; Conociéndolo, le habrá hecho ponerse unos calzoncillos de poder al pobre Candidillo...
- Paco, bájate que soy Bianchón...
- Hoy no tenemos a las dos primeras horas, ¿no ves que ayer el Cándido te dijo que...
- Es verdad... pues...nada me voy.
- No, no, sube que verás la sorpresa que me ha despertado esta mañana...
Acotación: Bianchón sube en el ascensor y se peina un poco. Llama al timbre que no suena y opta por métodos más rudimentarios y se lía a puños con la puerta. Paco abre y le dice que no haga tanto ruido, coño. Los dos entran.
- ¿Cómo coño ha sabido donde vivías?
- No tengo ni idea se ha presentado a las seis de la mañana diciendo que él y el Candidillo se han hecho muy buenos amigos y que no piensa ir a matarlo...
- Pero ¿no decía que ere muy peligroso y que...?
- Pues macho, a mí me ha dicho eso esta mañana y no le he podido decir nada.
- Hay que echado de aquí y tirar a ese bicho amarillo al báter ya.
- Pues a ver cómo lo hacemos, porque dice que está dispuesto a matar al que le contradiga.
- Espera, vamos a ver si lo podemos convencer...
Ambos entretuvieron al capitán con una pelota y un hueso del perro del Paco; cuando consiguieron captar toda su atención, Bianchón cogió al candidillo y lo intentó tirar al retrete en un acto desesperado por echar al capitán de allí, solo que el candidillo se agarraba a los dedos como un poseído y llorando intentaba morder a Bianchón mientras decía que lo había dicho. El candidillo se liberó y cogió el palo de la fregona mientras decía: "Candidillo evoluciona a... ¡Candillimón! Todo el cuarto de baño se iluminó con destellos de luz eléctrica y fosforescente mientras el candidillo evolucionaba pero, Bianchón cortó el proceso diciéndole: "¡Eh!, ¿Cuánto es 4 x 8?". El proceso de evolución se paralizó y se sostuvieron la mirada durante algún tiempo... Mientras fuera (o afuera... ya sabéis lo que viene aquí, lo de Guadalupe y eso), Paco entretenía al capitán...
Acotación: Se escucha el sonido de la cisternilla y Bianchón sale del cuarto de baño mirando hacia atrás mientras se ríe con cara de sorprendido.
- ¿Qué ha pasado ahí dentro?- Preguntó el capitán
- No he podido hacer nada, le he preguntado al candidillo que cuánto era 4x8 y en un acto desesperado se ha tirado al báter pidiéndome por favor que tirase de la cadena, así que yo, que nunca violo la última voluntad de alguien moribundo, lo he hecho. Así que no pienses que lo he matado yo, simplemente he hecho lo que me ha pedido, en teoría le he hecho un bien... ¿no?
- .. .Pues... no sé qué decir.
- Pues no digas nada y vete a otra ciudad a buscar otro que seguro que los hay hasta debajo de las piedras. Seguramente Margarita no sólo hizo uno... ¿Eh?
Sin pronunciar palabra abrió la puerta con talante sombrío y salió muy despacio, como pensando en las palabras de Bianchon. Los dos hablaron un poco de lo sucedido construyendo una conversación de esas ilógicas que se entablan cuando dos personas han visto lo mismo y una cuenta lo sucedido a la otra como si no hubiera sido testigo, y esta a su vez hace lo propio. Por eso no me molesto en transcribirla tal y como fue sino sólo menciono rápidamente que existió. Ya se encontraban en la calle, cruzando la estrecha carretera que separa la Iglesia del instituto cuando un coche rojo desteñido (no propiedad del director de bigotes de escoba vieja) se metió en dirección contraria encontrándose con infinidad de vehículos en su contra, no sin antes observar un buen sitio para aparcar, se detuvo y salió del coche el genuino Cándido. Todos los coches le pitaban pero él sin advertirlo se dirigió hacia Paco y Bianchón rascándose su calva, y con una sonrisilla extraña que permitía ver la totalidad de sus encías, les dijo: "Bueno...............LOADING............ no voy a venir el día..................LOADING.............esto.........el lunes, el martes y el...........¿cómo se llama el que viene después...? (Llamada a su mujer para preguntárselo ) Sí, sí; Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y................ domingo, eso es, sí ¿has visto cómo me lo sé, cariño, venga, hasta luego. Y el miércoles, es que no me acordaba, pues... ¿qué os estaba diciendo...papapapapapapapapa... bueno... no sé hasta luego". Se montó en su coche, armó otro perifostio para salir y desapareció justo después de coger mal una rotonda y despeñarse por la cuneta hacía el río (no se ahogó, ya que todavía no se lo habían llevado para dar sombra a los dos burros, claro)
- Oye, Bianchón; cuando un bosque alcanza el clímax, no significa que esté en medio de un orgasmo ¿verdad?
- Pues me dejas en la duda... pero no creo que tenga que ver una cosa con la otra.
- Es que es algo que me quita el sueño.
- Oye, escúchame tú a mí: ¿no sientes algo parecido a lo que sientes cuando estás viendo una película que te gusta y presientes que va acabar de un momento a otro?
- Pues, ahora que lo mencionas, sí, pero no me había dado cuenta.
- ¿Qué hora es?
- Las ocho en punto. No entramos hasta las diez y treinta y cinco. ¿Qué hacemos?
- No sé
- Ah, y ¿qué tal tu candidiosis?
- Bien, bien; mañana tengo que comprar las pastillas de Entalpía. El médico dice que sólo pude coger la enfermedad a través de un objeto punzante infectado...
- Un momento, ¿te acuerdas del alfiler que clavaste en la columna de la clase? Lo trajiste de aquella aldea de Canoa ¿no?
- ¡Cierto! Y además me pinché en la mano cuando lo fui a coger del bolsillo...
- Pues ya sabes de donde viene lo tuyo, vamos a entrar en la clase, lo cogemos y lo llevamos a examinar, a ver si todavía hay remedio...
Miraron las puertas del instituto como William Blake lo hiciera tanto tiempo atrás contemplando las puertas de la percepción y se dirigieron con total confianza pensando que el jefe de estudios estaría rondando por los pasillos con sus electrolitos amaestrados para devorar presas y en los demás peligros que por allí acechaban, como, por ejemplo los bigotes del director o el extraño ser del profesor de física que todo el mundo conocía como Perogrullo. Abrieron la ruidosa puerta y se adentraron en la sala que conducía a todas las demás cuando un bedel se levantó corriendo y les dijo que no les iba a hacer ninguna fotocopia de biología. Los dos miraron al curioso personajillo y uno se acordó de las greguerías de Gómez de la Serna y el otro del gol que el Valencia había marcado la pasada noche. Sin mediar palabra pasaron del insulso bedel y subieron las escaleras con sumo cuidado para que nadie les pudiera oír, pero ellos sí escucharon el sonido de las palabras del ser del profesor de física. Perogrullo decía: "Mi tesoro, es mío" mientras sujetaba una imitación de candidillo con las dos manos. Ambos se escondieron en un hueco que hacía la pared al cambiar de dirección tras el descansillo de la escalera hasta que pasó de largo el ser Pero grullo. Sin prisa pero sin pausa siguieron subiendo y esta vez sonaba el inconfundible bigote del director arrastrando por el suelo mientras se le escuchaba: "Imaginaos que vais a casa y decís que no cenáis por que habéis comido... o algo." Los dos se miraron intentando descifrar el mensaje del director cual se tratase de algún tipo de metáfora en la que está oculto el secreto de la vida. Pero al ver que las palabras del director no tenían ni pies ni cabeza (sólo bigote), decidieron continuar. Se acercaron al servicio ya que oían hablar muy bajito dentro, arrimaron el oído a la frágil puerta de madera y escucharon claramente una conversación entre cuatro electrolitos del ejército del jefe de estudios que se resumía a que no estaban de acuerdo con su salario y que tendrían que organizar un motín a no ser que el jefe de estudios retocara sus contratos en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de favoritismo. También hablaron sobre Roma y la constitución de 1812, de las cortes de Cádiz y de la dictadura del primo de un tal Rivera. Sin prestar mucha atención se dirigieron a su clase y observaron el resplandor que causaba la cabeza del alfiler clavado en la columna hacia la pizarra.
- Así que por eso no veían la pizarra los de la parte izquierda de la clase. No era por las ventanas pero
cuando las bajaban el alfiler dejaba de obtener energía y... - Dijo Paco
- ¿Se puede saber que están haciendo ustedes aquí?- dijo el electrolito más gordo que antes conversaba en el cuarto de baño.
- Un momento -dijo Bianchón- Si no llamáis a nadie os diré donde guarda el jefe de estudios la cera para abrillantar su calva y así podréis robársela y exigir vuestras reivindicaciones...
- De acuerdo.
- En el primer cajón del escritorio de la conejo.
- Muchas gracias, habéis colaborado de manera muy grata en la revolución electroliana, se os será agradecido no avisando de vuestra presencia. Hasta luego, compañeros
- Adiós, adiós.
Ellos siguieron con lo suyo, mirando al alfiler.
- Ya sé lo que pasó, Bianchón: No solo te transmitió la enfermedad por el pinchazo, así no se hubiera transmitido. También tuvo que ver Cándido en todo esto...
- ¿Cómo?
- Mira; Una vez que me pinché yo con ese mismo alfiler no sucedió nada, todo empezó cuando lo clavaste. Lo tenías demasiado cerca de la cabeza y eso produjo una red de fuerzas de Lorentz entre la cabeza del alfiler, tu cabeza y la prominente barriga de Cándido, con lo cual afectó definitivamente a tu cerebro. El pinchazo sólo transmite el virus, el sistema de fuerzas lo desarrolló. Con lo cual tus pastillas de la isla de Entalpía no servirán de nada a no ser que quitemos el alfiler de ahí.
- Joder, qué bien hablas macho. Hagámoslo.
Bianchón se aproximó al alfiler y le preguntó a Paco que cómo sabía él todo eso y le contestó que ahí sabían las cosas sin saber por qué, que seguramente sería alguna paranoia del creador de los cojones que no había hecho otra cosa que putearles todo el libro. Bianchón agarró el alfiler y lo arrancó sin pensarlo demasiado.
El creador se encontraba sentado en mitad de clase de Química con el alfiler en la mano derecha. Evidentemente cuatro horas más tarde de lo sucedido en el libro con el alfiler. Lo miró por última vez y lo arrojó por la ventana. Paco tenía razón, todo había sido por culpa de las fuerzas de Lorentz, todo había sido una enorme paranoia del creador de personajes y del creador de ambientes; que ambos se dedicaban a escribir lo que por culpa del alfiler veían como visiones de las que sólo a veces se conseguían evadir. El timbre sonó y todos se levantaron de sus pupitres. Jesús y Chema se acercaron a mí y este último me preguntó: "¿Qué tal va el capítulo diez?".
Fin de “La historia de un alfiler clavado en una columna”
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