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Capitulo III

(Dedicado a aquella anciana, que apartaba a la gente del loco de la bonoloto, solamente para atrochar camino)
            Ese ácido del estomago que para poder neutralizarlo hay que comer fruta. Ahora me viene a la mente ese día cálido de verano (entorno al 20 de Julio digamos que sería una buena fecha) y cándido comiéndose su buen plato de fabada con su chorizo pasado de picante.
Después de esa copiosa comida, una pequeña cabezadita de hora y media, tumbado en la cama, bebiendo agua fresca para poder aliviar el mal estar del estómago, hasta que se le vino a la cabeza el comer fruta, empezando por el medio melón de piel de sapo que le sobro del mediodía anterior, y terminando por el kilo y medio de peras silvestres que la mujer cogió cuidadosamente cuando paseaba tranquilamente al atardecer por los arroyos secos del lugar.
El caso es que con un empacho de peras reposó un poco en la hamaca situada junto al ventanal de madera que estaba al fondo del gran salón con cierto aire anticuado y que olía a humedad por permanecer cerrado hasta la época estival. A continuación el individuo decidió caminar por las callejas del lugar... Andaba con paso firme y sereno, fijándose bien por todos los rincones, como si de un ave rapaz nocturna se tratara.
Llegó hasta una fuente que recogía el agua que bajaba de la sierra. Los lugareños que por allí se encontraban, hablando de quién iba a recoger más hortalizas este año de su pequeña y humilde huerta, corrieron despavoridos a sus casas, creían que aquel personaje que caminaba por sus calles con cara de ave rapaz nocturna era el ser que venía a crear problemas al pueblo, y así fue en efecto... Pasada ya las doce de la noche, el ser se calzó con sus chancletas playeras y se vistió con su inseparable bata blanca. Se subió a la azotea del gran caserón y se posó en al cornisa. Llevaba allí situado media hora, y casi dormido consiguió divisar a un anciano. El anciano con más años que las sandalias de esparto, todavía conservaba su aguda vista, aunque de nada le sirvió. Cándido saltó sobre el anciano, con intención de experimentar con él para ver si cambiaba de color con un ácido, y si no con una base. Y si esto tampoco daba resultado lo tiraría para coger otro y experimentar de nuevo con él...
Viendo que había gastado ya seis o siete viejos, no recuerdo la cifra exacta, bueno viendo que ya no cabían más viejos usados en su laboratorio del sótano y ninguno cambiaba de color decidió irse de aquel pueblo y dirigirse a... sí bueno y si no a otro lado.

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