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CAPITULO X “El resplandor”

CAPITULO X “El resplandor”

Bianchón se levantó rápidamente de la cama y observó como ardía el coche en la rotonda próxima a su portal y como el conductor de la motocicleta se retorcía envuelto en llamas por el suelo en lo que sería su último aliento de vida. Esa visión le hizo sentir una apatía tremenda y encaminó sus pasos hacia el armario. Cogió unos pantalones rotos y una camisa a cuadros roída por las cientos de polillas que organizaban excursiones a pensión completa al armario de Bianchón y salió de casa. No se había dado cuenta de la hora que era: "las seis de la mañana" - exclamó su mente adormecida aún, al ver el reloj detenidamente. Todavía le quedaban dos horas y media para entrar en el instituto y se planteo la razón que le había hecho bajar. No era el accidente lo que le impulsaba al movimiento sino, lo que estaba soñando cuando se produjo el accidente, solo que él estaba experimentando esa extraña sensación, que sentimos todos alguna vez, que se basa en no recordar los sueños pero, reteniéndolos en tu mente, sientes lo que sentirías cuando estuvieras en la situación soñada. No podía estarse quieto o su mente explotaría, tenía que ver cosas, llenar su cerebro de imágenes, retenerlas para no dejar que la sensación del sueño terminase con él. Todo se debía a que estaba soñando con ella cuando escuchó el estruendo del metal compaginar en una partitura de terror con las voces humanas que hacía a su vez de coro. Sin prestar la más mínima atención al accidente, salió por el portal mientras la gente corría hacia las llamas con mantas e inútiles regaderas. Se dirigía hacia el bar de la esquina para desayunar, de lo cual se arrepintió enseguida ya que a causa del inusual acontecimiento, tardaron más de lo normal en atenderle; pero una vez desayunado observaba el mundo con otra perspectiva, con un punto de vista como del que acaba de desayunar y se dirige al parque para descansar y tratar de olvidar o quizá, para pensar en soluciones posibles a su problema con la "ella" del capítulo V. 
    

Monólogo interior 1: Ojalá me encontrase con mis amigos ahora, pero no creo que ni sepan que el mundo existe a estas horas. Qué solo está esto, los porretas no madrugan demasiado hoy en día. Incluso todo tiene unas tonalidades más sombrías y siniestras, una gama cromática de colores distinta a los sentimientos que normalmente se experimentan aquí. Sí, la felicidad está en un parque en donde los problemas no se atreven a entrar, pero ahora me estoy dando cuenta de que no es el parque lo que hace olvidar sino la gente que hay en él, y ahora... 


  Se levantó muy despacio, y sin prisa alguna puso un rumbo a sus pies. A los pocos minutos de empezar a caminar observó a un hombre que con una palanca agotaba todos sus esfuerzos en intentar abrir la reja metálica de un banco. Bianchón se quedó mirando desde lejos; entre sus ojos y la palanca corría la extraña bruma de esas horas pegada a la luminosidad creadora de las primeras horas de la mañana. "No lo conseguirá"- pensó. Y efectivamente la policía llegó a los pocos minutos y le dijo: "¡Alto!, Deje la palanca sobre la acera y ponga las manos en la espalda". A lo que el exfuturoladrón contesto: "Pero ¿está usted loco?, ¿Acaso no ve que estoy robando?, ¡Déjeme en paz!. Bianchón perdió el interés rápido por esa escena ya que los policías se abalanzaron sobre el portador de la palanca y lo redujeron fácilmente con un contundente "quitamanías" en la cabeza. 
 

Monólogo interior 2: Voy a ir a por Paco, a ver qué se cuenta. Estará hecho polvo por lo de ayer con el capitán. El capitán Calzoncillo; ¿Qué habrá sido de él?; Conociéndolo, le habrá hecho ponerse unos calzoncillos de poder al pobre Candidillo... 
 

- Paco, bájate que soy Bianchón...
- Hoy no tenemos a las dos primeras horas, ¿no ves que ayer el Cándido te dijo que...
- Es verdad... pues...nada me voy.
- No, no, sube que verás la sorpresa que me ha despertado esta mañana... 
     

Acotación: Bianchón sube en el ascensor y se peina un poco. Llama al timbre que no suena y opta por métodos más rudimentarios y se lía a puños con la puerta. Paco abre y le dice que no haga tanto ruido, coño. Los dos entran. 


  - ¿Cómo coño ha sabido donde vivías?
- No tengo ni idea se ha presentado a las seis de la mañana diciendo que él y el Candidillo se han hecho muy buenos amigos y que no piensa ir a matarlo...
- Pero ¿no decía que ere muy peligroso y que...?
- Pues macho, a mí me ha dicho eso esta mañana y no le he podido decir nada.
- Hay que echado de aquí y tirar a ese bicho amarillo al báter ya.
- Pues a ver cómo lo hacemos, porque dice que está dispuesto a matar al que le contradiga.
- Espera, vamos a ver si lo podemos convencer...
      Ambos entretuvieron al capitán con una pelota y un hueso del perro del Paco; cuando consiguieron captar toda su atención, Bianchón cogió al candidillo y lo intentó tirar al retrete en un acto desesperado por echar al capitán de allí, solo que el candidillo se agarraba a los dedos como un poseído y llorando intentaba morder a Bianchón mientras decía que lo había dicho. El candidillo se liberó y cogió el palo de la fregona mientras decía: "Candidillo evoluciona a... ¡Candillimón! Todo el cuarto de baño se iluminó con destellos de luz eléctrica y fosforescente mientras el candidillo evolucionaba pero, Bianchón cortó el proceso diciéndole: "¡Eh!, ¿Cuánto es 4 x 8?". El proceso de evolución se paralizó y se sostuvieron la mirada durante algún tiempo... Mientras fuera (o afuera... ya sabéis lo que viene aquí, lo de Guadalupe y eso), Paco entretenía al capitán... 


     Acotación: Se escucha el sonido de la cisternilla y Bianchón sale del cuarto de baño mirando hacia atrás mientras se ríe con cara de sorprendido. 


  - ¿Qué ha pasado ahí dentro?- Preguntó el capitán
- No he podido hacer nada, le he preguntado al candidillo que cuánto era 4x8 y en un acto desesperado se ha tirado al báter pidiéndome por favor que tirase de la cadena, así que yo, que nunca violo la última voluntad de alguien moribundo, lo he hecho. Así que no pienses que lo he matado yo, simplemente he hecho lo que me ha pedido, en teoría le he hecho un bien... ¿no?
- .. .Pues... no sé qué decir.
- Pues no digas nada y vete a otra ciudad a buscar otro que seguro que los hay hasta debajo de las piedras. Seguramente Margarita no sólo hizo uno... ¿Eh?
      Sin pronunciar palabra abrió la puerta con talante sombrío y salió muy despacio, como pensando en las palabras de Bianchon. Los dos hablaron un poco de lo sucedido construyendo una conversación de esas ilógicas que se entablan cuando dos personas han visto lo mismo y una cuenta lo sucedido a la otra como si no hubiera sido testigo, y esta a su vez hace lo propio. Por eso no me molesto en transcribirla tal y como fue sino sólo menciono rápidamente que existió. Ya se encontraban en la calle, cruzando la estrecha carretera que separa la Iglesia del instituto cuando un coche rojo desteñido (no propiedad del director de bigotes de escoba vieja) se metió en dirección contraria encontrándose con infinidad de vehículos en su contra, no sin antes observar un buen sitio para aparcar, se detuvo y salió del coche el genuino Cándido. Todos los coches le pitaban pero él sin advertirlo se dirigió hacia Paco y Bianchón rascándose su calva, y con una sonrisilla extraña que permitía ver la totalidad de sus encías, les dijo: "Bueno...............LOADING............        no voy a venir el día..................LOADING.............esto.........el lunes, el martes y el...........¿cómo se llama el que viene después...? (Llamada a su mujer para preguntárselo )  Sí, sí; Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y................ domingo, eso es, sí ¿has visto cómo me lo sé, cariño, venga, hasta luego. Y el miércoles, es que no me acordaba, pues... ¿qué os estaba diciendo...papapapapapapapapa... bueno... no sé hasta luego". Se montó en su coche, armó otro perifostio para salir y desapareció justo después de coger mal una rotonda y despeñarse por la cuneta hacía el río (no se ahogó, ya que todavía no se lo habían llevado para dar sombra a los dos burros, claro)
  - Oye, Bianchón; cuando un bosque alcanza el clímax, no significa que esté en medio de un orgasmo ¿verdad?
- Pues me dejas en la duda... pero no creo que tenga que ver una cosa con la otra.
- Es que es algo que me quita el sueño.
- Oye, escúchame tú a mí: ¿no sientes algo parecido a lo que sientes cuando estás viendo una película que te gusta y presientes que va acabar de un momento a otro?
- Pues, ahora que lo mencionas, sí, pero no me había dado cuenta.
- ¿Qué hora es?
- Las ocho en punto. No entramos hasta las diez y treinta y cinco. ¿Qué hacemos?
- No sé
- Ah, y ¿qué tal tu candidiosis?
- Bien, bien; mañana tengo que comprar las pastillas de Entalpía. El médico dice que sólo pude coger la enfermedad a través de un objeto punzante infectado...
- Un momento, ¿te acuerdas del alfiler que clavaste en la columna de la clase? Lo trajiste de aquella aldea de Canoa ¿no?
- ¡Cierto! Y además me pinché en la mano cuando lo fui a coger del bolsillo...
- Pues ya sabes de donde viene lo tuyo, vamos a entrar en la clase, lo cogemos y lo llevamos a examinar, a ver si todavía hay remedio...
      Miraron las puertas del instituto como William Blake lo hiciera tanto tiempo atrás contemplando las puertas de la percepción y se dirigieron con total confianza pensando que el jefe de estudios estaría rondando por los pasillos con sus electrolitos amaestrados para devorar presas y en los demás peligros que por allí acechaban, como, por ejemplo los bigotes del director o el extraño ser del profesor de física que todo el mundo conocía como Perogrullo. Abrieron la ruidosa puerta y se adentraron en la sala que conducía a todas las demás cuando un bedel se levantó corriendo y les dijo que no les iba a hacer ninguna fotocopia de biología. Los dos miraron al curioso personajillo y uno se acordó de las greguerías de Gómez de la Serna y el otro del gol que el Valencia había marcado la pasada noche. Sin mediar palabra pasaron del insulso bedel y subieron las escaleras con sumo cuidado para que nadie les pudiera oír, pero ellos sí escucharon el sonido de las palabras del ser del profesor de física. Perogrullo decía: "Mi tesoro, es mío" mientras sujetaba una imitación de candidillo con las dos manos. Ambos se escondieron en un hueco que hacía la pared al cambiar de dirección tras el descansillo de la escalera hasta que pasó de largo el ser Pero grullo. Sin prisa pero sin pausa siguieron subiendo y esta vez sonaba el inconfundible bigote del director arrastrando por el suelo mientras se le escuchaba: "Imaginaos que vais a casa y decís que no cenáis por que habéis comido... o algo." Los dos se miraron intentando descifrar el mensaje del director cual se tratase de algún tipo de metáfora en la que está oculto el secreto de la vida. Pero al ver que las palabras del director no tenían ni pies ni cabeza (sólo bigote), decidieron continuar. Se acercaron al servicio ya que oían hablar muy bajito dentro, arrimaron el oído a la frágil puerta de madera y escucharon claramente una conversación entre cuatro electrolitos del ejército del jefe de estudios que se resumía a que no estaban de acuerdo con su salario y que tendrían que organizar un motín a no ser que el jefe de estudios retocara sus contratos en igualdad de condiciones y sin ningún tipo de favoritismo. También hablaron sobre Roma y la constitución de 1812, de las cortes de Cádiz y de la dictadura del primo de un tal Rivera. Sin prestar mucha atención se dirigieron a su clase y observaron el resplandor que causaba la cabeza del alfiler clavado en la columna hacia la pizarra.
  - Así que por eso no veían la pizarra los de la parte izquierda de la clase. No era por las ventanas pero
cuando las bajaban el alfiler dejaba de obtener energía y... - Dijo Paco
- ¿Se puede saber que están haciendo ustedes aquí?- dijo el electrolito más gordo que antes conversaba en el cuarto de baño.
- Un momento -dijo Bianchón- Si no llamáis a nadie os diré donde guarda el jefe de estudios la cera para abrillantar su calva y así podréis robársela y exigir vuestras reivindicaciones...
- De acuerdo.
- En el primer cajón del escritorio de la conejo.
- Muchas gracias, habéis colaborado de manera muy grata en la revolución electroliana, se os será agradecido no avisando de vuestra presencia. Hasta luego, compañeros
- Adiós, adiós.
  Ellos siguieron con lo suyo, mirando al alfiler.
  - Ya sé lo que pasó, Bianchón: No solo te transmitió la enfermedad por el pinchazo, así no se hubiera transmitido. También tuvo que ver Cándido en todo esto...
- ¿Cómo?
- Mira; Una vez que me pinché yo con ese mismo alfiler no sucedió nada, todo empezó cuando lo clavaste. Lo tenías demasiado cerca de la cabeza y eso produjo una red de fuerzas de Lorentz entre la cabeza del alfiler, tu cabeza y la prominente barriga de Cándido, con lo cual afectó definitivamente a tu cerebro. El pinchazo sólo transmite el virus, el sistema de fuerzas lo desarrolló. Con lo cual tus pastillas de la isla de Entalpía no servirán de nada a no ser que quitemos el alfiler de ahí.
- Joder, qué bien hablas macho. Hagámoslo.
      Bianchón se aproximó al alfiler y le preguntó a Paco que cómo sabía él todo eso y le contestó que ahí sabían las cosas sin saber por qué, que seguramente sería alguna paranoia del creador de los cojones que no había hecho otra cosa que putearles todo el libro. Bianchón agarró el alfiler y lo arrancó sin pensarlo demasiado.
      El creador se encontraba sentado en mitad de clase de Química con el alfiler en la mano derecha. Evidentemente cuatro horas más tarde de lo sucedido en el libro con el alfiler. Lo miró por última vez y lo arrojó por la ventana. Paco tenía razón, todo había sido por culpa de las fuerzas de Lorentz, todo había sido una enorme paranoia del creador de personajes y del creador de ambientes; que ambos se dedicaban a escribir lo que por culpa del alfiler veían como visiones de las que sólo a veces se conseguían evadir. El timbre sonó y todos se levantaron de sus pupitres. Jesús y Chema se acercaron a mí y este último me preguntó: "¿Qué tal va el capítulo diez?".
 
Fin de  “La historia de un alfiler clavado en una columna”

CAPITULO IX “2H++ 2e = H2O ó La Comunidad Del Candidillo”

- ¡Oh! Mierda, ¡me cago en la p...!- Dijo el joven Bianchón pronunciando este último sonido "p" como el que piensa en la palabra entera y no sabe porque no llega completa a sus cuerdas vocales, dejando escapar una leve brisa entre sus entrecerrados y apretados labios. Bianchón se había enterado de que su futura novia (del capítulo V) le había dejado antes de empezar a salir con él. 
    

Monólogo interior: ¿Cómo me pasan estas cosas? Soy un gilipollas, tenía que haber actuado de otra manera. Esto ya me lo había imaginado. Míralo, si es que no me hago caso de mí mismo. 


  Bianchón acababa de hablar durante horas con su amigo, con el que conoció al capitán Calzoncillo y escapó de aquella tortuosa guerra provocada por aquel curioso reloj, sobre el tema de la niña de la cual se había enamorado. Las cosas sucedieron como normalmente ocurren; casi sin darse uno mismo cuenta. Fue un enredo paulatino y rencoroso que agredía continuamente al joven y por esto es por lo que dudó un momento si debía ir otra vez a la tienda de muertes a pedir cita. 


  Monólogo interior 2: No creo que esa sea la solución; tiene que haber otra forma de... pero, si ni siquiera estoy seguro de lo que ha pasado. No puedo cortar el cardo que no ha germinado. Joder, ahora me acuerdo de aquellos tres segundos que pasé en aquella clase viendo visiones de ella que parecieron una eternidad. La clase... ¿Por qué obligarían a aquel pobre profesor de nervios a dibujar grifos en las más diversas perspectivas y formas?, Debería de estar prohibido, sólo ha servido para que tenga fobia al dibujo y pinte fatal las figuras de la física. La física ¿para qué servirá aparte de para aprobarla? Y ¿por qué siempre se estudió conjuntamente a la química? ¿Qué estará pensando ahora mi creador? Qué estupidez, pues lo mismo que pienso yo ahora. Pero, es natural que me pasen estas cosas, yo no he hecho nada para evitarlas y además casi las he invitado a producirse. ¿Qué está pasando, por qué este capítulo tiene este nombre absurdo? - Tú a callar, que tan sólo eres un personajillo-. Ya hasta los monólogos se convierten en diálogos, no se puede pensar sin que otro ser ajeno te influya; Esto me recuerda a la conversación que tuve con la amable dependienta de la tienda de muertes. Tendría que llamarla, bueno, me gustaría llamarla, que es distinto pero, ¿qué le...? 

    ­
  Se levantó del más cómodo, confortable y acogedor "sillón" de toda la casa. - Es donde mejor se piensa, en el cuarto de baño- Dijo para sí mismo, y salió por la misma puerta en la cual se quedó bastante tiempo aquel día que ardió su casa por culpa de un electrolito curioso. Bajó las escaleras y pensó que le sentaría bien despejarse un poco del tan tremendísimo disgusto que le habían dado. No había salido del portal cuando escuchó unas risas sobrecogedoras retumbar en toda la estancia; miró hacia atrás y diferenció la figura de una de las contorsionistas entre todas las niñas que bajaban por la escalera. 


     Monólogo interior 3: Joder, lo que faltaba... 


  - Hola, ¿qué tal te ha salido el examen?- Preguntó Bianchón amablemente.
- Uff, se ha pasado un montón, ha puesto lo de la pulga esa que saltaba en el rad...
      Y no escuchó más pues una corazonada le estaba pinchando en un pulmón aunque, la contorsionista siguió hablando durante algún tiempo desconocido que el problema no te daba. Algo estaba pasando y no lograba saber qué era lo que le provocaba aquella profunda apatía. Miró el inexistente reloj de su muñeca (ya que lo llevaba en el bolsillo) y simuló una tremenda prisa, así que la contorsionista cesó en su interminable parloteo e incomprensiblemente le vino a la cabeza la frase: "Ave María ¿qué tienes ahí?". Así que enseguida recordó que no se había tomado sus píldoras traídas de la isla de Entalpía para frenar en medida de lo posible su fatídica candidiosis. 
 

Monólogo interior 4: ¿Quién me mandaría veranear en aquella aldea de Canoa? Ahora estaría bien si no hubiera sido por aquellas vacaciones. 


     Siguió caminando, parándose en los escaparates que encontraba de su gusto, sentándose en las plazas infectadas por unos seres de un exagerado dimorfismo sexual: Los machos iban con camisas oscuras en las que se podía leer "rottweiler" y con unos pantalones que, a juzgar por como los llevaban (totalmente caídos), podría jurarse que habían tenido problemas del vientre. En cambio las hembras iban engalanadas con cintillos blancos de contundente grosor y con ropajes tan ajustados que, sin fijarse en demasía, pudo leer en más de una ocasión, la marca de ropa interior que lucían y que, aún así, creían poder darle el nombre de ropa interior. Se encontraba reflexionando sobre estos inquietantes temas cuando su amigo, con el que había estado hablando hacía menos de una hora, apareció entre unas de las de cintillo blanco, apartándolas como podía y con el talante algo dolido y apagado; Se acercó a Bianchón y muy serió explicó:
  - Tengo una noticia buena y otra mala...
- Pues empieza por la del medio- Replicó totalmente serio y convencido de lo que decía.
- ....(¿?).... Mira, la buena es que ya jamás se me olvidará una fórmula que tengo que saber gracias a un amigo que no he vuelto a saber de él, que se llamaba Bil.
- Estupendo, es una gran noticia...
- Calla, calla. La mala es peor... 
    

Monólogo interior 5: Claro, sino no sería la mala. 


  - Dime la mala.
- Mi novia, ha muerto, no supieron medir bien lo del radio de la luna, o yo qué sé qué y nada, que ya no hay solución... Mira que yo se lo dije, que no me gustaba que fuera a dar un salto donde lo fue a dar pero, ellá: Que sí, que sí y que sí... Si es que no somos nadie. 
    

Monólogo interior 6: ¿Cómo que no somos nadie? Nunca entiendo los chistes. Como aquel alumno que no entendía los chistes del profesor de historia. Hidrólisis: La causante de mi grave enfermedad, si no fuera (o afuera, nunca sé cómo se dice. A ver Guadalupe, tú que sabes de lengua...) por ella podría echar pises cortinos en los charcos, pero salí de Guatemala para ir a Guatepeor y por lo tanto: ¿Qué pasaría si este cable estuviera pelado?; Nadie sabe lo que sucedería pues, ya que cuando una se pone obtusa no sabe si comerse un pinchito de pulpo o si pedir ayuda para hacer las cuentas en la pizarra, Y es que eso de la enseñanza es un mundo y todos estamos expuestos a sufrir un reforma del P.P. en cualquier momento de ­nuestra vida; ¿Qué sería de nosotros si no hubiera zorros que se comieran a los conejos? ¡Seguramente tuviéramos que matar a nuestro animal exótico! Y nunca hubiéramos tenido la oportunidad de saber que 4x8 son 22 y que si le sumamos 7 obtenemos la bonita y significativa cifra 32 con lo que la reacción queda ajustada y así todas... 


     Los dos emprendieron un peligroso viaje hacia otra plaza cuando casualmente se encontraron con el genuino capitán Calzoncillo. Este estaba abatido por una gran empresa que le habían mandado realizar que consistía en llevar a destruir un peligroso animal al lugar donde había sido engendrado. Sólo así el mundo lograría deshacerse de la criatura que había sido traída para gobernar el mundo, por una mujer llamada Margarita. Así que sin pensado dos veces, los dos muchachos se unieron a la expedición.
La peligrosa criatura era un llavero que a veces cobraba vida de nombre Candidillo, y que cuando el portador introducía el dedo por la anilla, casualmente desaparecía y empezaba a ver visones extrañas del "mundo real". Los tres decidieron que había que luchar juntos contra todos los peligros que se les apareciesen, ya fueran macoys, electrolitas enfurecidos, electrolistos rabiosos de haber suspendido un examen o ya fueran (o afueran, nunca sé cómo se dice. A ver Guadalupe...) profesores de química sin datos suficientes para resolver un problema de ácido base. Ya habían recorrido larga distancia cuando Bianchón recordó su problema con su “nofuturanovia” y no tuvo más remedio para poder consolarse que repetir algunos de los monólogos anteriormente narrados. Salieron de la ciudad casi al anochecer, cuando el cielo ya está de ese rojo que sólo se puede ver a muy determinadas horas del día. Agotados por la absurda caminata, se detuvieron a ver cómo seguía Candidillo. Y todos contemplaron con temor como el ser salió de su bolsa con las llaves arrastrando diciendo: "¡lo he dicho, lo he dicho!".
  - ¡Atrás, hijo de Satanás!; huy si me ha rimado y todo- Dijo el capitán Calzoncillo con una pluma que no podía con ella.
- Capitán, ¡se ha vuelto usted maricón! ¿Verdad?- Añadió el amigo de Bianchón; que por cierto se llamaba Noquieroveracándidonienpintura. Aunque todos le llamaban Paco, más que nada para no tener que repetir semejante parrafada cada vez que querían llamado.
- No, es que a veces me sale la voz así porque la goma de estos calzoncillos me aprieta y no me ha dado tiempo a lavar mis calzoncillos del poder.
-¡Ya me estoy cansando de tanta tontería, no tenemos ni a un arquero que este bueno, ni a un enano con trenzas en las barbas ni siquiera a un nota que aguante tres flechazos y siga intentándose levantar; Yo me voy
-¡Espere señor...!- dijo Paco, juré acompañarle y así lo haré...
      No le dio tiempo a terminar de decir esto cuando, se cayó a un charco que no tenía más diez centímetros de agua y comenzó a chapotear y a retorcerse, gritando que se ahogaba, que no sabía nadar. Los demás miraban la escena sin inmutarse intercambiando miradas. Bianchón se acercó con sigilo y remangándose los pantalones con desgana, le propinó una patada por el buche que solucionó todo el problema, sacándolo del charco al instante ( que un instante no es un segundo, según un profesor de física)
Los dos dejaron al capitán con la dura tarea y regresaron a la ciudad muy despacio. Cuando hubieron llegado ya era de madrugada y contemplaron asombrados como un hombre de avanzada edad golpeaba con insistencia la puerta de una ferretería, alegando que necesitaba veintiséis grifos para un examen. También volvieron a ver a las contorsionistas intentando realizar posturas más complicadas ya un profesor dándole patadas a una tiza, gritando algo parecido a: "¡es por vuestro bien!, Es que ¿no lo entendéis?". Los dos muchachos estaban realmente cansados y Paco aún mojado así que decidieron no dar más vueltas al asunto y marcharse a casa. No pronunciaron palabra en todo lo que quedaba de trayecto; y Bianchón no hacía otra cosa que pensar en alfileres clavados en columnas ya que, inconscientemente le recordaban a su todavía amada.
                                                      Fin (Por ahora...)

CAPITULO VIII “Candirillion”

He aquí, en la siguiente narración, algunos de los incontestables "por qués" del libro imposible del cual forma parte este capítulo. He aquí el origen de todo lo sucedido, principalmente del mítico profesor que se dedicaba a cambiar viejos de color. Aquí se encontraran las respuestas a algunas preguntas como; ¿por qué se dedicaba a cambiar de color a los viejos?, ¿Por qué conocía tan bien a los electrolitos?, ¿Por qué ponía esas extrañas posturas con el dedo meñique al escribir en la pizarra? O ¿por qué tenía que pararse a cada instante que decía alguna frase? Etc., etc.
          Este, aparentemente, ser humano nació una nochevieja que cayó en martes y trece (según cuentan fue por culpa de una nueva ley orgánica de las muchas que presentaba el P.P. por aquel entonces) en una pequeña aldea en las proximidades de Canoa, una población de unos -34000 habitantes que dejó de ser habitada en cuanto el número de ciudadanos fue negativo. Su madre se llamaba Avemaría Quétienesahí y era una de las personas responsables de que el número de ciudadanos canoanenses fuera negativo. Esta había hecho un módulo de pellizcadora de cristales en la empaquetadora de estiércol de Canoa y aunque se le daba bastante bien, sus artes en otras ciencias menos científicas las demostró de antemano. Se dedicaba a sujetar los cables de alta tensión mientras los electricistas arreglaban el tendido eléctrico; así fue como conoció al padre de la futura criatura. El padre era un simple electrolito, sin título alguno, que ese día viajaba por la red eléctrica por problemas con los compañeros de enchufe. Avemaría recibió una descarga de 5000 culombio-amperios/Newton por unidad de carga, justo en el momento en que Nosirvoparanada Soypadredecándido (así se llamaba el electrolito que hasta el mismo desconocía el origen de su apellido, debido a que no tendría origen hasta algún tiempo después) cruzaba por el cable que ella sostenía e, instantáneamente surgió algo parecido al amor entre ellos (en realidad fue la borrachera de Nosirvoparanada y una bajada de tensión de Avemaría lo que produjo el tremendísimo error de crear ese torpísimo ser que algunos llamaron Cándido a falta de ser bautizado correctamente, ya que a los padres se les olvidó llevarlo al bautizo y llegaron tres horas tarde, cuando el párroco de Canoa, llamado Teodoro, y unos cuantos familiares ya se habían cogido una buena borrachera bebiéndose toda la pila de agua bendita... ¿Cómo?, ni ellos lo saben). A los tres años, a Cándido ya le habían crecido las dos manos, un pie y parte del otro, el pelo no le creció hasta bien entrados sus cuarenta años y lo perdió dos semanas después cuando, por falta de datos, no pudo solucionar un problema que él mismo había dictado a unos alumnos, pero esto es adelantar acontecimientos... A sus ocho años recibió una carta en la que el profesor de la aldea comunicaba a sus padres que el niño no era apto para los estudios, ni siquiera para un único estudio y que estaría mucho mejor dando sombra al burro del pozo, ya que el muchacho estaba bien orondo. Así pasó sus próximos veinticinco años, se cuenta que se le oía hablar con aquel burro sobre bocadillos de mortadela y sobre problemas de ácidos base sin datos suficientes. Un día llegó a la aldea un inspector de sanidad y dijo al ver al muchacho al lado del burro viejo, que eso era antihigiénico, que no se podía tener a un burro ni a ninguna criatura de Dios al lado de semejante personaje sin previa autorización. Así pues, los ciudadanos del lugar se negaron en rotundo a dar la dicha autorización que decían necesitar:
  -¡Pues tendré que llevarme al muchacho!- dijo el inspector
-Pues si no queda más remedio, lléveselo- dijo Nosirvoparanada llorando de alegría.
     Y ese mismo día el alcalde hizo construir un tejadillo de paja para dar sombra al burro.
    El inspector viajó con Cándido hasta que, sin llegar a su destino, lo tiró a una cuneta, harto de él en una ciudad española, justo al lado de un parque donde, debajo de un pino unos adolescentes tomaban patatas y coca-cola y dos se levantaban para ir a pedir fuego a dos niñas muy amables que por allí pululaban. Cándido divisó, aturdido por la caída, a unos viejos delante de un instituto que en su mente aparecían de diversos colores. Solo que no lo pudo pensar hasta diez minutos después, ya que había estado veinticinco años expuesto al sol y su mente se relentizaba por momentos, de ahí que a veces en su cerebro se encendiera un cartel en el que él podía leer "loading", y se tenía que quedar parado durante algunos minutos ya que si no lo hacía podía morir de exceso de archivos en su disco duro, un disco duro que relucía al sol gracias a la prominente calva que lucía. Fue entonces cuando, un señor bajito y con cara de bulldog le dijo que le parecía apto para dar clase. Él, por supuesto, ni lo pensó, no había tiempo y cuando se quiso dar cuenta, estaba delante de treinta y tres alumnos dando clase con una bata blanca. Como no se sabía comunicar con corrección utilizó en un principio su dedo meñique para comunicarse con las cinco de adelante, claro, que estas no entendían su curioso dialecto, si se le puede llamar así, y se pasaban la clase riéndose. Las clases eran un auténtico guirigay y continuamente se escuchaban las voces que decían:
  "¡¡Mortadelo! !", A causa de las grandes gafas que había heredado de su padre el electrolito
Nosirvoparanada.
  Una vez, cuentan los que allí estaban, se levantó de su silla y llorando como sólo lo había hecho cuando le condenaron a dar sombra al burro, abrió la puerta y dijo: "¡lo he dicho!" Y se marchó. Dicen que en su despacho se le oía decir: "no hay tiempo, no tenemos tiempo...". Un suceso inexplicable que pasará a la posteridad. Poco tiempo después, el inspector con corbata de bragas de puta africana se encargó de hacer unas preguntas y consiguió llevar al inspector que lo arrojó a la cuneta a juicio, no por el hecho de haberlo arrojado sino de haber traído semejante personaje a la civilización sin tomar las medidas oportunas. Cándido dio sus últimas clases* a finales de mayo, ya que se acercaba fin de curso; pero en cuanto finalizó dicho curso, fue llevado de vuelta a su aldea, donde se dedicó a dar sombra a dos burros (ya que había engordado mucho debido a la buena vida de profesor) en lugar de uno.
 
Fin (no del libro sino del capitulo)
 

    Esta historia está basada en hechos reales. Cándido no ha subido de nivel ni es más feliz en la escala social como hubiera ocurrido si esto fuese una película de serie B, sigue siendo contratado para dar sombra a ungulados de la más diversa índole y sigue sin poder resolver problemas relacionados con ácidos base.

CAPITULO VII “De imposible título”

El joven se encontraba pensando en la fatídica conversación que mantuvo con la dependienta de la tienda de "muertes a elección" que, bajo el lema: "Usted elige, nosotros lo realizamos", creían ser más eficaces. Este se quedaba dormido a ratos pensando sin pensar demasiado en los acontecimientos sucedidos anteriormente cuando, sonó el teléfono. Sonaba insistentemente desde el otro lado de la habitación el amenazante sonido de la tecnología actual. No paraba de sonar y el joven deseó con todas sus fuerzas que alguien estuviera allí para descolgarlo y averiguar que era lo que estaba pasando, ya que veía el aparato a cientos de kilómetros de distancia. La habitación se tomó de un intenso color rojo mientras se alargaba el habitáculo hasta el infinito, cada vez veía el teléfono más lejos, hasta que por fin lo perdió de vista. Los objetos de la habitación se iban desfigurando a medida que el joven daba un paso hacia delante, la vista se le nublaba y el corazón le palpitaba demasiado deprisa como para contar los pulsos de la excitación, observaba la lámpara que colgaba, dada la vuelta, del techo, con las bombillas rozándolo y los cables hacia abajo, amenazantes cables que intentaban coger del cuello al incauto joven que no se movía de su sitio.
          El joven se levantó precipitadamente de la cama al oír el teléfono, echó una mirada rápida a su habitación para asegurarse de que todo había sido un sueño y se adelantó para contestar. No tuvo el tiempo suficiente ya que unos ojos le observaban desde debajo del escritorio. Se percató enseguida de lo que era ya que unas lentes brillaban próximas a su mirada furtiva.
   - Estos (-----) electrolitos... ¿no puedo llevar una vida normal como todo el mundo? A mi nadie me ha dicho nunca: " oye, tengo un e1ectrolito en la cocina y no hay quien se libre de él" Esto es para verlo, en mi propia casa...
      Descolgó el teléfono y escucho la voz que le apremiaba seguridad de poder hablar con alguien que pudiera establecer una conversación normal:
  - ¿Eres tú?
- Sí, claro, ¿conoces a alguien que no sea él?
- Pues claro que sí, tú por ejemplo
- Déjate de cachondeo que bastante tengo que soportar con ser un maldito personajillo de un libro pésimo.
- Scshhhhh, calla, a ver si te va a oír
- ¡¡Pero si ya me está oyendo!!
- Vale, vale, dejemos el tema, te llamo porque necesito hablar contigo, ¿puedes quedar conmigo a las cinco de la tarde?
- ¡No!, ¡Por dios!, A las cinco de la tarde es muy mala hora, mucha gente ha muerto a esa hora... Yo a las cinco nunca he salido a la calle. Si quieres a las cinco y cinco...
- Vale, si me da lo mismo. ¿Dónde?
- Abajo
- Pues hasta luego
- Adiós 
     

 El joven dejó descolgado el teléfono y el electrolito se abalanzó sobre él a la velocidad de la luz; debido a este último incidente, la sábana de la cama comenzó a arder:
  - ¡Mierda!, ¡Os he dicho que no os mováis tan rápido, que producís un rozamiento desmesurado y quemáis todo! Oye, oye, un momento; ¿cómo está mejor dicho "afuera" o "fuera"?
- Lo siento mucho, yo no puedo responderte porque no sé tu lengua y...
- Entonces, ¿Cómo la está hablando?
- Porque el que está escribiendo esto se ha confundido y me está haciendo decir palabras que desconozco.
- ¿¡Tú también!?, me voy, no aguanto más 
     

La cama seguía ardiendo y con ella casi toda la habitación mientras los dos seres discutían sobre el uso correcto de la lengua. El joven encaminó sus pasos hacia la puerta de salida, y en ocasiones también de entrada, para despejarse pero sintió algo desconocido y por instinto miró el reloj. Eran las cuatro y media así que tendría que soportar ante las amenazantes llamas por lo menos treinta y un minutos. Resignado, con toda tranquilidad se dirigió a la cocina y apartó un trozo de algo que ardía en el suelo para poder abrir la puerta del frigorífico con facilidad, sacó una cerveza sin gas y volvió a la puerta de salida y de entrada. Durante aquel rato se acordó de muchas cosas, más que recuerdos era la vida pasando ante sus ojos en sus últimos minutos de vida, pero él creía que aquella tarde estaba lúcido y se acordaba de todo. Se acordó de las niñas que se sentaban las primeras en su clase y de aquella vez que una le levantaba la pierna a la otra mientras esta le pasaba la cabeza por debajo de su órgano sexual, pero no sólo eso, sino que la primera pasaba un brazo por el cuello de la segunda y esta, a su vez, pasaba los dos por la cintura de la otra. Las dos sudaban de realizar tan insufrible esfuerzo, como si de hacer eso dependiera su vida. El joven se acercó con mesura y les preguntó que por qué hacían tal cosa y estas respondieron que tenían que hacerlo porque no estaban seguras del uso correcto de los adverbios "fuera" y "afuera", a lo que este se retiró sin cuestionar más aquella lógica contestación. También recordó a ese extraño personaje marginal llamado Perogrullo, al cual nunca le supieron reconocer sus méritos en las ciencias, y que además ridiculizaban empleando su nombre de manera vulgar e infame. Y, por supuesto tampoco olvidaba al curioso inspector que una mañana entró en su clase de C.T.M. con una corbata fabricada con las bragas de leopardo de una puta africana reclamando su encuesta absurda. Recordó a un profesor suyo que decía que los semejantes disuelven a los semejantes y la confusión que aquella frase había creado entre las gentes del lugar. Aquel profesor podía ser tan obsoleto que llegó a decir que si tiramos un libro ardiendo por la ventana, este subiría a fuerza de la combustión por la ley de las proporciones múltiples. En fin, dejó de pensar cuando vio millones de electrolitos ardiendo y corriendo por el pasillo, saliendo a chorros por los dos únicos enchufes de la cocina. Miró el reloj y eran las cinco menos cuarto, Todavía quedaban dieciséis minutos para poder escapar de ese tormento o si no moriría como tantos otros a las cinco de la tarde, cuando de repente pensó que podía salir ya pues cuando no podía era a las cinco en punto pero sí antes y por supuesto después; "joder", se dijo a sí mismo y abrió la puerta rápidamente antes de que el fuego le alcanzase. 


  - Hola, Bianchón ¿Qué tal?, ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué arde tu edificio?
- Pues no lo sé, creo que ha sido por culpa del rozamiento...
- ¡Ah! Bien, entonces el seguro te lo pagará sin problemas.
- Esperemos... ¿y qué era lo que querías?
- Bueno, yo es que tengo un serio dilema y no me atrevo a aconsejar a quien me ha pedido consejo sin antes hablar contigo, ya que tú eres experto y licenciado, aunque no te guste decirlo, en ese tema. Mira; una pulga amiga mía me ha preguntado si podría irse a pegar un salto en la cuarta parte del radio de la Luna y yo no le he sabido decir con precisión nada en concreto. Tú eres licenciado en pulguicología y supongo que en alguna asignatura de la carrera estudiarías un caso semejante.
- Pues creo que sí, pero la pulga que yo estudié no saltaba en el cuarto del radio, sino en la séptima parte del diámetro, lo cual implica un importante error en este caso si lo tomásemos como semejante - - No mucho ¿no?
- Sí, bastante, porque si no nos andamos con cuidado tu amiga podría morir a causa del tiempo transcurrido. Ya le pasó a unos gemelos de los cuales uno tenía doscientos años y el otro cuarenta. Un caso verdaderamente preocupante ya que la ley de la relatividad no respeta a nada ni a nadie Curioso caso el de los gemelos esos... ¿crees que a mi compañera sentimental le podría ocurrir algo parecido?
- Casi seguro que sí si no estudiamos con precisión ese salto.


      Los dos amigos hablaron durante largo rato sobre el asunto a tratar y decidieron, después de no llegar a ninguna conclusión convincente, que lo mejor sería ir a una librería a buscar información sobre el tema, y así lo hicieron. Entraron en la librería y buscaron por todas las estanterías algo relacionado con saltos de pulgas sobre la superficie lunar:
  - ¡Coño!, ¡No puede ser tan complicado, no buscamos nada del otro mundo!, supongo que hasta en los colegios de analfabestias mandarán para leer libros sobre ese tema, ¡digo yo! 


     No había terminado de decir la frase cuando un hombrecillo en calzoncillos y con una capa roja de menos de un metro se le acercó por la espalda y les dijo que si podía ayudarles en algo. Los dos se quedaron admirando el talante del personaje y el joven Bianchón le contestó que sí y le comentó el tema de la pulga y la importancia que le correspondía. Pero el hombrecillo no parecía escuchar y cuando se hubo hartado de la contestación del joven le interrumpió, ofreciéndoles a ambos, dos calzoncillos con una fantástica estampación suya:
  - ¿Qué?, Creo no me está entendiendo, nosotros venimos a...
- Calle, calle. Es usted el que no me está entendiendo a mí. Les estoy ofreciendo dos calzoncillos exclusivos. ¡El mismísimo capitán Calzoncillo les está ofreciendo su prenda del poder y me la están rechazando como si un mendigo les ofreciera limpiar su parabrisas! ¡Increíble! ¡Ya no hay respeto por nadie ni por nada!. ¿Ustedes creen que es fácil ser capitán Calzoncillo en los tiempos que corren? ¡Pues claro que no!, parece que no se dan cuenta de nada...
- Mire, lo siento, de verdad que lo siento, nosotros no queríamos faltarle, permítanos aceptar esos calzoncillos, será un honor para nosotros poder plasmar nuestros palominos en sus calzoncillos del poder, de verdad que lo sentimos.
     El hombrecillo se quedó bastante satisfecho y les dejó marchar en paz. Los dos salieron de la librería sin su objetivo principal y bastante preocupados ya que sabían que aquella tozuda pulga saltaría con o sin los datos suficientes para el problema. No habían terminado de hablar cuando unas niñas de unos ocho años les asaltaron preguntándoles la hora:
  - ¿Tenéis hora?
- Sí, un momento... son las seis y media
     La niña se sintió atraída por el reloj de bolsillo del joven y se abalanzó sobre él (sobre el reloj)
  - ¡¡Mira Carmen, mira el reloj!! 


   A los pocos segundos toda la gente que deambulaba por la plaza y sus proximidades se atropellaron por ir a ver el mencionado reloj que tanto revuelo había organizado. Pasado un rato la gente no paraba de ir, ya ni sabían que es lo que les llamaba la atención, pero ellos seguían acudiendo como los que van a las rebajas sin saber qué comprar. Escaparon de allí como pudieron pero varios centenares de gente murieron por las avalanchas humanas. La gente saltaba desde los edificios, enormes barricadas eran construidas con los cuerpos que yacían desperdigados por el suelo y ambos bandos (sin motivos para hacerse bando, como en la guerra civil) peleaban sin control ni mando mientras millones de pulgas saltaban alrededor preparándose para el casting de la pulga que sería elegida para saltar en la cuarta parte del radio de la Luna. Todo un acontecimiento. Los dos jóvenes corrían hacia la casa de una de las dos muchachas contorsionistas antes mencionadas entre el tumulto de personas cuando, el capitán Calzoncillo les honró con su inesperada e indeseada presencia de nuevo. Les preguntó si se habían puesto ya sus respectivos calzoncillos y estos le tuvieron que decir que no habían podido a causa de una guerra que les había importunado bastante en su complicado trayecto. Este, eufórico les pregunto que donde estaba la guerra, que tenía que ir a salvar a toda esa gente, era su deber, "¡no soy capitán Calzoncillo por mi cara bonita!", repetía fuera de sí. El joven le indicó con el dedo la dirección que debía tomar para conseguir su cometido y este muy agradecido les dio otros dos calzoncillos (esta vez con su figura bordada) asegurándoles que estos eran de mayor rango y por lo tanto de mayor poder. Los dos jóvenes siguieron su camino después de despedirse muy formalmente del capitán Calzoncillo y deshaciéndose en reverencias por sus maravillosos presentes. Ambos se sentaron en el portal más fresco que encontraron (casualmente el de una de las niñas contorsionistas):
- Una tarde entretenida ¿verdad?- dijo Bianchón
- Cierto, ¿dónde vas a vivir ahora?
- Quizá me vaya con tu compañera sentimental a dar el famoso salto allí arriba.
- Espero que no sea así... me voy a estudiar ácidos bases, que el examen es pasado mañana, hasta luego Venga, que te vaya bien.
  No había dado ni tan siquiera un paso cuando se dio la vuelta y dijo:
  - No sé por qué pero tengo la impresión de que se le va a olvidar poner datos en los problemas del examen; la densidad o alguna cosa de esas, seguro...

Capitulo VI \

- Por favor, señorita, quisiera desapuntarme.
- Sí, dígame; ¿de qué quiere desapuntarse usted?
- De la vida, por supuesto. ¿No es aquí donde viene la gente a hacer los oportunos condicionales?
- Sí, sí, por supuesto pero, lo veía a usted tan joven que no me he atrevido a anticipar tales acontecimientos.
- Pues diga, cuánto me va a costar todo esto.
- Sí, un momento que consulte en mi carpeta... Sí, aquí está, sólo le va a costar pegarse un tiro en la cabeza. Bueno, y se me olvidaba decirle que tenemos ahora un fantástico descuento, me refiero a toda la burocracia imprescindible para estos casos.
- De todas maneras me sigue pareciendo muy caro. ¿No podría desapuntarme de otra manera?
- Me temo que no señor...
- Bianchón, me llamo Bianchón.
- Señor Bianchón, perdone, sí que tenemos otra maravillosa manera...
- ¡Diga, diga!
- Le puedo proporcionar el ingreso en un hospital psiquiátrico que no está nada mal
- ¡Estupendo! Eso se adapta mucho mejor a mi humilde presupuesto. Me acaba de salvar la vida señorita. Entonces... ¿le pago ahora mismo?
- Sí, sí, por favor. Siéntese ahí un momento que enseguida llamo al hospital en el que va ha ser ingresado. Un momento.
- Muchísimas gracias, señorita; muy agradecido. ¿Le he dicho ya que es usted muy guapa?
- Mucho me temo que no, pero no me vaya usted a incluir como una de sus mujeres ideales (ninfas según usted) de las que se enamora perdidamente y nunca les dice nada...
- Yeso ¿cómo lo sabe?
- Aquí sabemos las cosas sin saber porque las sabemos, no se preocupe, ya se acostumbrará.
- Bueno, bueno; respecto a lo de incluirla en mi libro, paradójicamente mencionado por usted, tendré que hacerlo como siga hablándome con tan dulce expresión. No obstante intentaré, sin represión alguna por mi parte, no hacerlo.
- Perdone, ¿cómo lo va a conseguir sin reprimirse? ¿Significa eso que ya me puedo dar por incluida?
- No, yo sólo digo que la represión es un suicidio cotidiano del cual pocos logran escapar...
- Pero si usted ha venido precisamente a eso, a dejar de vivir.
- No, creo que no nos hemos estado entendiendo. Esos que yo digo que se suicidan a diario no se mueren como lo voy a hacer yo, ellos mueren en la vida y continúan haciéndolo aunque no les guste. Yo en cambio, estoy muy seguro de lo que hago aquí... Y por cierto, yo no he dicho que viniera a dejar de vivir, sino a desapuntarme de la vida, de ahí que haya rechazado su primera oferta con la cual pretendía persuadirme para morir. Una cosa es morir y otra bien distinta bajarse del "carro" de la sociedad...
- ¿Me está llamando asesina?
- No, yo sólo digo que cumple muy bien con su tarea aquí asignada, y que por tanto quedaría muy bien como una ninfa de mi libro autobiográfico, ya que me está empezando a gustar usted.
- ¿Y qué ve usted en las señoritas para saber si a pasado los requisitos mínimos para ser ninfa de su libro? - La verdad, es simple y llanamente su modo de estar lo que me cautiva. Ya puede no hablar demasiado bien, o no ser muy linda, ya puede no ser muy agraciada ni física ni psíquicamente pero, y créame cuando le digo, que puedo enamorarme perdidamente de ella en cuanto la veo, perdiéndome en la inmensidad que es su mirada...
- Pare, pare un momento, ¿o me ha tomado por una ingenua? Si yo en vez de ser una señorita fuera un caballero, me diría que anteayer gozó de los lujuriosos favores de cuatro meretrices sólo por presumir, y si acaso no me viera muy impresionado, me diría que de lo bien que lo había hecho, no habían querido ni cobrar. Lo que pasa que, por ser yo dama, me lisonjea con agradables formas para que yo piense que es usted diferente y pueda... en fin usted ya me entiende... ¿o acaso me equivoco?
- Me duele decirle, más que nada por lo bien que ha hablado, que totalmente... digo, totalmente. Yo sólo pretendía hacerle ver mi realidad interior, que por absurda que parezca en ocasiones, es por el único valor por el que me guío.
- Perdóneme pues; creo que he sido demasiado dura con usted, pero tenía que asegurarme...
- ¿Cree que ya se ha asegurado suficiente?
- Creo que sí. Algún día leeré su libro pero, y permítame que se lo diga, usted ha estado hablando de alguien en concreto, ¿o me equivoco?
- Me deja tan asombrado como cuando mencionó lo de mi libro. ¿Cómo es capaz de saber todo eso?
- Le repito que no lo sé, simplemente salen de mi mente veloces las ideas, dando por seguras las que todavía no he cuestionado.
- Algo realmente raro, aunque nunca había entrado en ningún otro establecimiento como este para poder juzgar, mi presencia lo corrobora.
- Bueno y ¿quién es ella?, Porque también sé casi seguro que no se le podría atribuir el calificativo de "ninfa" ¿cierto?
- La verdad es que no, no se le podría llamar así porque esta me corresponde
- ¿acaso las de su libro no le corresponden de alguna forma?
- No, por supuesto que no, en mi libro soy yo el que me correspondo de alguna forma
- Hábleme de ella entonces, si no es faltar a su intimidad.
- No, no, claro que no es faltar, sólo sería, en todo caso, adelantarle algún capitulo de mi libro, nada que produzca irremediables pérdidas.
- Empiece pues, señor Bianchón, me tiene intrigada...
- Bien, cómo decírselo... Es, ella es... lo más maravilloso que mis ojos han advertido, lo más bello que mis oídos han escuchado, lo más suave que mi tacto a percibido; Es en definitiva, lo superior que mis sentidos han sentido, es como una falta y una saciedad en la misma cosa... Es como un sentimiento especial de vida interior y...
- Espere, señor Bianchón, esas mismas palabras me las ha dicho un joven esta misma mañana y además ha sido tan específico como usted, utilizando tales adjetivos y tal concisión sin dejar de ser claro como... - ¿¡Cómo!?, ¿Quién? ¿¡ ¡Quién era ese!!?
- Pues... pues, espere un momento, aquí lo tengo apuntado...
- Y ¿¡qué quería ese indeseable!?
- Pues preguntó por lo que usted ha preguntado hace un rato, sólo que este preguntaba para un amigo suyo...
- Dígame su nombre por favor, es muy importante.
- Voy, voy, un mom... ¡aquí está!, Se llamaba Javi, Javi Santos. Tenía...
- No me diga más, le conozco bastante bien y conozco muy bien, también, cuales son sus intenciones: Él, por el papel que le ha tocado interpretar, tiene el privilegio de poder pensar mas aprisa que yo, y se aprovecha vilmente de su favorable condición. Permítame que le explique, entrados ya de tan de lleno en la sufrida conversación: Él es mi creador (eso dice él), él que escribe su biografía sirviéndose de mí, su personaje ficticio, según él; por eso mismo que está sucediendo esto ahora, porque esta en su voluntad que ocurra. Él escribe ahora mientras yo se lo redacto aquí presente lo que a él le ha ocurrido esta mañana aquí mismo, utilizando "su personaje" simplemente. Lo que pasaba es que al principio de la conversación no se acordaba bien y escribía algo parecido y ha sido en el momento en que describía a su novia cuando lo ha recordado tal y como lo dijo. ¿Ahora entiende usted por qué sabía lo de mi libro y lo de mi novia? - ¿Me está diciendo que yo también formo parte del libro ese?
- Ahora mismo sí. En la realidad, bueno, en la realidad de él va como cuatro horas por delante de este suceso.
- y ¿cómo dice usted esto que está diciendo ahora si él esta mañana no ha dicho esto? Porque no creo que sea por voluntad de ese tal Javi...
- ¡Claro que sí! Sólo que le da un aire ficticio para confundimos a usted y a mi y a todos los demás locos que lean esta estúpida farsa. ¿Cómo si no iban a salir así las ideas de su mente sin ni siquiera pensarlas antes?
- ¡No lo sé! ¡Pero me está usted desesperando, lo digo en serio! ¡Oiga!...
- ¡¡No!! Óigame usted, ese indeseable quiere matarme, ¿o acaso no se da cuenta?
- y usted ¿cómo se está dando cuenta de que quiere matarle si precisamente esta en la voluntad de él que no se dé cuenta de que quiere matarle?
- Mire, hágame caso un segundo: Este señor está como una cabra ¿o acaso no se percata del lenguaje tan cursi que llevamos desarrollando durante toda la conversación? Un lenguaje totalmente enfermo para estos tiempos que corren. ¿Ve? Lo he vuelto ha hacer, emplear el lenguaje cursi y pedante...
- Pero él... ¿por qué se insulta a sí mismo de esa manera?
- ¡Por lo mismo que antes! Da tonos de confusión en su obra cual pintor surrealista en sus cuadros. Abra los ojos, pues no piense que sólo usted y yo somos productos de semificción, sino todo lo que con vida pulula por este "ruedo" que es la vida. Sólo que a otros muchos, como a usted y a mi, les tocará darse cuenta de igual forma, que ha decir verdad, es la peor de las desgracias pues nos damos cuenta que estamos condenados ha regimos en tomo a un "creador". En el mundo en el que estamos ahora mismo usted y yo, el creador puede que se llame Javi o como quiera llamarse, pero no se deje amilanar porque en el mundo en el que él habita lo tienen mucho peor, pues el creador es un ser ecléctico y fulminante llamado sociedad.

Capitulo V

(Intervalo de 3 segundos transcurridos en una clase*)

            El joven no podía concentrarse, pensaba en ella continuamente... Digamos que no sabía expresarse allí perdido, en tan poco espacio con tantas voces sin mente a su alrededor. “No soy nadie, no soy libre porque no puedo expresarme, ¡No puede el sentimiento romper la membrana citoconvencionalista! Soy un preso de mí mismo” Y miraba hacia otro lado ausente de todo lugar, miraba hacia la ventana y dejaba de escuchar durante segundos, minutos, e incluso horas la monótona y repetitiva voz del profesor. Observaba como las nubes se abrían y se cerraban formando cúpulas doradas, cúpulas grisáceas, mientras un ave entonaba la idílica visión con connotaciones objetivas a su imaginación; allá en el cielo, millones de formas albergaban la mente de su amada, aparecía ella, desaparecía y volvía a resurgir en un maravilloso estado de frenesí; mientras tanto notaba como su cuerpo se elevaba, y observaba como todo iba adquiriendo tonalidades cálidas, el cielo se abría poco a  poco liberando millones de haces de luces y el joven observaba la figura de ella... cabalgando en su esplendor de su luminosidad inmaculada. Sentía algo extraño, fuera del lugar entre aquella maravillosa visión, palpitaciones, nerviosismo incontrolado; se giró y vio le dedo que le apuntaba cual espada amenazante cuyo punto inicial del vector dedo era la cara del profesor, y escuchó: “Contesta, joven...” De nuevo se repetía la visión del caballo blanco cabalgando sobre al noche frente al acantilado ene l que se suicidó tanto tiempo atrás junto al mar, las olas volvían a romper con furia en su marítima orgía, invitándole a reunirse con ella; la tormenta en el cielo iluminaba la noche lluviosa, su sonido, su luz, su inmensidad entonado al oscuro miserere de la eternidad; mientras en la lejanía de la mas, se escuchaba el histérico relinchar de los caballos tullidos arrojados al mar bravío desde el oscuro navío de la mentalidad. Allí, perdido en aquel espacio tan pequeño que es la mente y tan grande que es el sentimiento, se encontraba el joven atormentándose por al lucha entre su razón y su sentimiento, mirando a las caltas cumbres que eran las paredes, mirando al horrible resplandor que era la luz del fluorescente artificial, evadiendo al sonido, el único sonido perceptible en aquel desolado paraje que es la monótona palabra del profesor. Sin advertirlo se encontraba de nuevo fuera de todo lugar, palpitaciones, con la velocidad de reacción de una chancla; ¿Qué está pasando? De repente ese único sonido perceptible se convertía en gran estrépito cuando las voces sin mente se activaban, el joven volvía a girar la cabeza... “¡¡¡ CONTESTA A LA PREGUNTA!!!”.


 *(Todo el capitulo acontece durante tan solo 3 segundos, aunque no lo parezca, ya que la mayor parte de este transcurre en al mente del protagonista)
 

Capitulo IV

(Dedicado al doctor loco de la bonoloto)
            Si se me llega a ocurrir diez minutos antes lo escribo, pero ahora no, ahora la maquina solo hace fotocopias por una cara, eso sí, solo si traes un pollo de regalo. Además sabiendo que en aquel sitio la gente se dedicaba a insultarse por una pequeña ventana, por la que pasaba la luz con esfuerzo y empujándola, era raro, que sirviesen cervezas con raciones de callos a la madrileña en la pequeña barra de madera.
Estando apoyado en aquella barra te da tiempo a pensar y a observar sobre el negocio. Era un negocio de cuatro metros cuadrados, de esos que cuando entran tres se tienen que salir los dependientes, de esos en los que hay una pequeña escalerilla de caracol al fondo pintada a ratos libres y que nunca nadie supo a donde conducía…
También pude darme cuenta de aquella pobre mujer (a la que le fue dedicado el capitulo anterior) que cargada con la compra diaria intentaba apartar a la gente allí acumulada para ver si le a tocado la lotería (y dio la casualidad que a todos les tocó perder) Siguiendo con la pobre anciana, cuyo único consuelo era atrochar camino por aquella tienda. Así pasamos un rato agradable, pero eso sí, apoyados en aquella barra, ni la cerveza ni los callos a la madrileña llegaron.
La verdad es que no sé si algún día las pusieron, hace tiempo que no pasamos por allí, puede que se de el caso que cuando lleguemos estén allí, las cervezas calientes y las raciones frías, así es el destino, y la vida... Como no aproveches las cosas en el mismo momento, estas cambiaran.
            Continuará...
            To be continue...

Capitulo III

(Dedicado a aquella anciana, que apartaba a la gente del loco de la bonoloto, solamente para atrochar camino)
            Ese ácido del estomago que para poder neutralizarlo hay que comer fruta. Ahora me viene a la mente ese día cálido de verano (entorno al 20 de Julio digamos que sería una buena fecha) y cándido comiéndose su buen plato de fabada con su chorizo pasado de picante.
Después de esa copiosa comida, una pequeña cabezadita de hora y media, tumbado en la cama, bebiendo agua fresca para poder aliviar el mal estar del estómago, hasta que se le vino a la cabeza el comer fruta, empezando por el medio melón de piel de sapo que le sobro del mediodía anterior, y terminando por el kilo y medio de peras silvestres que la mujer cogió cuidadosamente cuando paseaba tranquilamente al atardecer por los arroyos secos del lugar.
El caso es que con un empacho de peras reposó un poco en la hamaca situada junto al ventanal de madera que estaba al fondo del gran salón con cierto aire anticuado y que olía a humedad por permanecer cerrado hasta la época estival. A continuación el individuo decidió caminar por las callejas del lugar... Andaba con paso firme y sereno, fijándose bien por todos los rincones, como si de un ave rapaz nocturna se tratara.
Llegó hasta una fuente que recogía el agua que bajaba de la sierra. Los lugareños que por allí se encontraban, hablando de quién iba a recoger más hortalizas este año de su pequeña y humilde huerta, corrieron despavoridos a sus casas, creían que aquel personaje que caminaba por sus calles con cara de ave rapaz nocturna era el ser que venía a crear problemas al pueblo, y así fue en efecto... Pasada ya las doce de la noche, el ser se calzó con sus chancletas playeras y se vistió con su inseparable bata blanca. Se subió a la azotea del gran caserón y se posó en al cornisa. Llevaba allí situado media hora, y casi dormido consiguió divisar a un anciano. El anciano con más años que las sandalias de esparto, todavía conservaba su aguda vista, aunque de nada le sirvió. Cándido saltó sobre el anciano, con intención de experimentar con él para ver si cambiaba de color con un ácido, y si no con una base. Y si esto tampoco daba resultado lo tiraría para coger otro y experimentar de nuevo con él...
Viendo que había gastado ya seis o siete viejos, no recuerdo la cifra exacta, bueno viendo que ya no cabían más viejos usados en su laboratorio del sótano y ninguno cambiaba de color decidió irse de aquel pueblo y dirigirse a... sí bueno y si no a otro lado.